Abstención no sabe qué hacer

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Abstención era una persona mayor. Vivía en un país en el que había elecciones de cargos políticos con más frecuencia de lo natural, a pesar del gasto que suponían.

En su país se votaban unas listas de candidatos que presentaban los distintos partidos políticos. Esto significaba que lo que realmente se votaba era un partido y su programa.

En aquel país había varios partidos políticos y cada uno de ellos redactaba un programa en el que figuraban sus promesas de actuación para el caso de resultar elegidos sus candidatos.

Abstención procuraba enterarse del contenido de los programas pero no era tarea fácil. Si entraba en los sitios Web de los partidos, le gustaban todas las declaraciones de principios y los objetivos que declaraban. Si leía los folletos, no siempre disponibles, le gustaba el colorido, la presentación y las promesas de todos ellos. Si presenciaba debates en la televisión observaba cómo todos hablaban a la vez y todo se basaba en acusaciones mutuas de corrupción.

A lo largo de su vida se había dado cuenta de que las promesas de los partidos nunca se cumplían en su totalidad. Esto le producía la sensación de que había sido víctima de engaño y que las promesas tenían como único objetivo conseguir su voto.

Un día le preguntó a un sabio anciano por qué no había una ley que obligara a los partidos a cumplir sus promesas. El anciano soltó una carcajada y cuando pudo hablar le dijo:
 —Las leyes las hacen ellos. Además, ¿no te has dado cuenta de que muchas veces sucede que un partido mayoritariamente votado no gobierna porque los otros establecen alianzas para gobernar? Así, el programa votado por una minoría puede pasar a ser impuesto a una mayoría que no lo ha votado.
Abstención había visto gobernar a partidos con ideología de derecha, centro e izquierda y, con gran sorpresa, comprobó que sus acciones políticas eran similares en casi todo (la enseñanza era una de las escasas excepciones).

Con este sistema, sus posibilidades se limitaban a dar su voto y con él carta de libertad a los elegidos para que hicieran lo que les viniera en gana y que no contaran con su opinión hasta las siguientes elecciones.

Como los votantes estaban cansados de la situación y de la natural corrupción que el sistema propiciaba, aparecieron nuevos partidos, sin experiencia de gobierno, que se limitaban a acusar a los demás de corrupción y a prometer cosas (en su mayoría imposibles de cumplir) que los indignados querían escuchar.

Cavilando sobre estas cuestiones recordó que, cuando tenía pocos años, su madre le decía que si no le gustaban las reglas de un juego y no podía cambiarlas, lo mejor era no jugar.

Pero no estaba segura.
Orozco, F. 2015



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