El gigante bajito



Big One estaba preocupado. Se acercaba el día de la gran reunión. A medida que se acercaba el gran día su nerviosismo crecía más y más. No le gustaba, pero sabía que tenía que asistir.

Todos los años los gigantes se reunían y celebraban la gran reunión donde todos se divertían y estrechaban lazos. El gran día se evaporaban todos sus complejos. Nadie los miraba como bichos raros. Ese día eran todos iguales. Los demás días, cuando estaban cada uno en su pueblo y eran minoría, eran diferentes a todos los que les rodeaban.

Big pesó, al nacer, un kilo más que el más grande de sus hermanos. Por eso, el señor One le puso ese nombre. Ya era mayor de edad y era el más grande de su pueblo. Él quería ser igual que los demás pero era diferente.

Ese año el anfitrión de la gran reunión era Enorme. Era su primera vez y para saber a quién tenía que invitar pidió la lista del año anterior. Allí figuraban: Grande y su esposa Grande, Colosal y su esposa Colosal, Gigantesco y su esposa Gigantesca, Grandioso y su esposa Grandiosa, Vasto y su esposa Vasta, Desmedido y su esposa Desmedida, Inmenso y su esposa Inmensa, Descomunal y su esposa Descomunal, Desmesurado y su esposa Desmesurada, Abundante y su esposa Abundante, Excesivo y su esposa Excesiva, Formidable y su esposa Formidable, Extraordinario y su esposa Extraordinaria, Excepcional y su esposa Excepcional, Monstruoso y su esposa Monstruosa, Terrible y su esposa Terrible. Le pareció que era como si las palabras tuvieran sexo y que a las mujeres no les gustaran las palabras que terminaban con la letra “o”. Pensó que padecerían de o-fobia y si esto podía afectar a la equivalencia social. Enseguida se dio cuenta de que podía haber en el reino, gigantes que ese año cumplieran la mayoría de edad y que no estarían en la lista. Buscó en el libro de los nombres y encontró a Big y lo invitó.

 Por fin llegó el gran día. Big releyó la invitación; lo ponía bien claro: “Estás invitado a la fiesta de los gigantes. Debes estar en el castillo de la gran montaña el día de la grandeza cuando el sol esté en lo más alto”. Su novia Biga no figuraba en la invitación no solo porque era menor de edad sino porque al haber añadido una ‘a’ a su nombre su significado había cambiado por completo. Se acordó de que un abuelo de su ciudad le había contado que algunas personas le preguntaban si el nombre de su nieta Juno era un nombre de niño. Él siempre contestaba lo mismo: “Juno, en la mitología romana, es el nombre de la diosa de la maternidad y muchas mujeres se llaman Amparo, Socorro, Loreto, Rocío, Rosario; las palabras tienen género gramatical pero no tienen sexo”.

 Como era la primera vez que lo invitaban se puso en marcha algo preocupado. Salió temprano de su casa y emprendió el camino. Le hubiera gustado contar con las famosas botas de las siete leguas pero, aunque tenía una buena zancada, veía que el sol iba subiendo y todavía no había llegado al pie de la gran montaña donde estaba el castillo en que se celebraba el gran día.

La montaña resultó ser más grande que lo que él había pensado. Al sol le faltaba poco para estar en lo más alto y aún iba por la mitad. Definitivamente, llegaría tarde. La cosa se iba poniendo cada vez más difícil. Cuando por fin llegó, las enormes puertas del castillo ya estaban cerradas y, lo que era peor, por muchos saltos que daba no llegaba al gran aldabón y nadie se enteraba de que estaba allí.

No sabía qué hacer. De pronto se dio cuenta de que la puerta tenía un agujero en su parte inferior. Le pareció demasiado grande como gatera pero a él le podía servir para entrar. Trepó como pudo hasta alcanzar el agujero y se deslizó por él.

La escena que contempló lo dejó boquiabierto. Había un ruido ensordecedor todos los invitados estaban a la mesa y… ¡eran mucho más grandes que él mismo! Nadie se percataba de su insignificante presencia. Pasado un rato, un camarero tropezó con él y le preguntó qué hacía allí. Él le enseñó su invitación y el camarero  le dijo que podía sentarse y lo acompañó hasta su silla.

La silla era grande de verdad. El asiento quedaba a la altura de su cabeza. Trepó por ella como pudo hasta conseguir sentarse. Agotado por el esfuerzo se percató de que el tablero quedaba por encima de su cabeza y no podía ver su plato. Se puso de pie sobre la silla. Tenía hambre. Intentó levantar la cuchara para tomar la sopa que había en el bol pero no podía levantarla. Intentó beber directamente del bol pero, al inclinarlo, se le vino encima y se bañó con su contenido. ¡Menos mal que, como había llegado tarde, la sopa estaba templada! Finalmente el bol cayó al suelo rompiéndose y llamando la atención de todo el mundo.

El estruendo de la conversación se convirtió en un murmullo. Todos lo miraban con cara de extrañeza. Enorme, el anfitrión, se dio cuenta del error que había cometido al creer, por su nombre, que Big era un gigante. Pensó que las etiquetas que ponen los humanos no siempre son fieles al contenido del embalaje. Enorme pensó que debía disculparse e hizo callar a todo el mundo. El silencio se hacía pesado.
Enorme dijo: reconozco que me he equivocado al enviarle la invitación. Su nombre me llevó a engaño. Él pertenece al grupo de los bajitos, los que nos ridiculizan por nuestro tamaño, y ahora mismo voy a ordenar que lo echen del castillo ya que es diferente a nosotros.

Grandioso tomó la palabra y dijo: hoy estamos en el día de la grandeza y si queremos hacer honor a nuestra grandeza de espíritu no podemos comportarnos como “los otros”. Big habla como nosotros, piensa como nosotros, vive como nosotros, así que podemos decir que somos iguales. Debe prevalecer la igualdad social. Pienso que puede quedarse.

Como todos asintieron, Enorme le dijo a Big que, si quería, podía quedarse. Big aceptó la invitación a pesar de las dificultades a las que se tendría que enfrentar por su diferente tamaño y dijo: Os comprendo perfectamente. En mi pueblo piensan que yo soy un gigante porque no os conocen. Ahora me he dado cuenta de que en realidad no puede hablarse de dos grupos (el de los gigantes y el de los bajitos) y de que lo que existe son diferentes tamaños. Yo creo que soy igual que vosotros en y para algunas cosas pero al mismo tiempo yo soy diferente. Yo prefiero decir que somos equivalentes. Debería prevalecer la equivalencia social. Y otra cosa, en mi casa tengo un bol semejante a este que he roto sin querer pero no lo utilizo para bañarme.

Todos rieron con su ocurrencia y continuaron comiendo, bebiendo y charlando contentos.
Orozco, F. (2015)


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