Consternación quería ser alcalde



La bisabuela de Consternación había sido alcaldesa (mujer del alcalde) allá por el siglo XIX. En aquella época los derechos de las mujeres no eran iguales que los de los varones y no podía ni soñar con ocupar el cargo de alcalde.

Su abuela también fue alcaldesa (mujer del alcalde) y, ya en el siglo XX, albergaba la esperanza de que su hija o en el peor de los casos su nieta pudiera ocupar el cargo de alcalde. Le decía a Consternación: ―Algún día tú serás la alcalde del pueblo.

Pero, cuando le llegó el momento a Consternación de ocupar el cargo, se había formado en un ministerio de su país un grupo que más tarde fue conocido como el grupo o-fóbico. Este grupo, con mejor intención que buena lógica, acometió la tarea de inventar nombres para las profesiones, oficios y cargos cuando eran ejercidos por mujeres.

Este cometido lo realizó al margen del diccionario del máximo órgano lingüístico del país porque según el grupo “el diccionario académico no es un diccionario especializado en esta cuestión” y “porque algunos de los criterios de la Real Academia respecto a la inclusión o no de algunas de las denominaciones […] resultan como mínimo un tanto opacos”.

Al parecer se trataba de resolver las dudas a la hora de denominar los cargos y profesiones ejercidos por mujeres. Esto era claramente una necesidad inventada. En otros países no existían estas dudas. Sabían que los cargos, profesiones y oficios no tienen sexo y que el cargo o profesión lo podían ejercer por igual varones y mujeres sin necesidad de cambiar su denominación. Los países con más tradición en el existencialismo eran conscientes de que no era lo mismo esencia que existencia y que un cargo o profesión eran una forma de existencia. Estos países entendían que decir: Juan y María son carpinteros era una simplificación de Juan y María tienen el oficio de carpintero. Por eso decían el carpintero y la carpintero. No tenían que inventar profesiones nuevas ni nombres sexuados de profesiones.

Cuando el grupo o-fóbico se puso a trabajar empezó por lo más fácil. Se dijeron: cambiemos las terminaciones en o por terminaciones en a y hemos arreglado una buena parte del ‘problema’. Con esta ‘solución’ las mujeres ya nunca serían físico, bioquímico, músico, por citar algunos ejemplos, y pasarían a ser algo tan dudoso como física, bioquímica o música.

Con las palabras terminadas en consonante se adoptaban soluciones variadas. Por cierto decían que existía la palabra coronela ignorando que no se trata de un cargo sino que la palabra expresa la condición de mujer del coronel.

Con las palabras terminadas en e, unas veces se cambiaban como alcaldesa y otras veces se dejaban tal cual, como en el caso de contable. Aquí es donde Consternación no podía más: — ¿por qué diablos me han puesto la misma denominación por la que eran conocidas mis antepasadas, que nunca ocuparon cargo alguno?

Pero lo más sorprendente llega con los cargos y profesiones terminados en a. Se aceptan perfectamente para ser aplicados a las mujeres. De este hecho se deriva la denominación de grupo o-fóbico. Si lo que se pretende es la diferenciación deberían haber propuesto/impuesto el cambio de la terminación en a para los varones. Así tendríamos: dentisto, lampisto, ortodoncisto, tractoristo, albaceo, tramoyisto, electricisto, etc., etc. Parece claro que más que un proceso de lógica racional se trata de un caso de o-fobia profunda que debería ser explicada. (No olvides que esto es un cuento y en los cuentos el poder tampoco da explicaciones).

Consternación pensaba que el gupo o-fóbico había confundido el género gramatical con el género social y, lo que es peor, con el sexo.

Consternación se alegraba por una prima suya nieta de una coronela (su abuelo era coronel) que había llegado a ser la coronel de un regimiento; por una amiga suya que había llegado a ser la fiscal general del Estado; y por su sobrina que era sargento.


Consternación estaba consternada, muy consternada, cuando pensaba en los deseos de su abuela, pero terminó aceptando que la lengua es algo vivo y que son las personas las que la construyen. —Lo malo es cuando una ideología impone el lenguaje desde el poder, decía.
Orozco F. 2015




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