Nacionalismos culturales

Gerd Baumann (1953-2014) en su obra El enigma multicultural. Un replanteamiento de las identidades nacionales, étnicas y religiosas revela su pensamiento sobre los nacionalismos centrífugos:
“… ya hemos consultado la etnografía de Handler (1988) del nacionalismo cultural quebequés. Su detallado análisis empírico nos ha mostrado las maquinaciones estratégicas y los trucos retóricos que emplean los nacionalistas quebequeses para dar un carácter esencialista a una identidad nacional-cultural de los quebequeses. Son los mismos que hemos encontrado en otros movimientos nacionalistas etnopolíticos (McDonald, 1989; Heiberg, 1989): todos esos movimientos no los llevan a cabo para "el pueblo llano" por el que dicen hablar, sino para los políticos y los amañadores [manipuladores] totalmente urbanizados y que con frecuencia poseen estudios universitarios. Estos culturalistas de nuevo cuño utilizan la confusión de la gente entre la mejora de la planificación social para el futuro y un orden "supuestamente" natural heredado del pasado. Sus ideologías tratan los llamados lazos de sangre como si fueran lazos de fe y tratan la tierra, su palabra clave favorita tanto para la soberanía estatal como la ciudadanía nacional, como si estuviera sujeta a lazos de sangre. Todas estas estrategias de la sangre y la tierra ayudan a convertir la flexible y circunstancial identificación cultural en rígidos e inflexibles nacionalismos culturales” (2001, pág. 141).
 Quebec, Escocia y Cataluña son algunos ejemplos de cómo algunos pretenden el poder a través de movimientos nacionalistas. El rasgo común de todos los nacionalismos, desde el siglo XVIII, es la búsqueda del poder a través del adoctrinamiento de los súbditos. El medio para conseguirlo es llegar al sitio emocional del cerebro para convencerlos de su superioridad y de la vacuidad de los OTROS.

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